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domingo, 28 de diciembre de 2008

Capilla del Señor -El Camino de las Pulperias -

Breve Reseña:
Las primeras pulperías que desaparecieron eran urbanas -había más de 300 en esta capital del Virreinato antes de los jubilosos días de Mayo de 1810-, pero unas pocas, afortunadamente, sobrevivieron lejos de la ciudad.
Lugar de encuentros, que cobijaron desde bravuras hasta romances -una canción inmortalizó a la pulpera de Santa Lucía-, consiguieron renombre a expensas de motivos diversos.
Como aquella que, décadas más tarde, enarboló una veleta con perfil de potro y terminó por darle nombre a un barrio porteño: Caballito, o El Pasatiempo, en Venezuela y Quintino Bocayuva que visitaban payadores y frecuentaron Gabino Ezeiza y José Betinotti.
Pero la ciudad se propuso otras metas, y las pulperías cayeron bajo la piqueta del progreso edilicio, mientras que las suburbanas y las del interior quedaron marginadas por el trazado de nuevos caminos, pavimentados y urgidos, por donde el turismo ahora pasa indiferente a semejante pasado.
Sin embargo, en tren de un paseo suburbano, las pulperías sobrevivientes satisfacen la curiosidad adicional.
Todavía algunas están en pie en Chivilcoy o en Mercedes. Unas pocas se avistan desparramadas por zonas rurales cercanas a Zárate, Baradero, San Antonio de Areco, Bolívar o el Tuyú.
Algunos están flanquedos de canchas de bochas o de sortija, aunque ya no quedan muchos cultores de esos entretenimientos y, por la crisis económica, no siempre se juntan cuatro parroquianos para un truco.
No suele faltarles palenque, como sucede con el viejo madero que emerge en la esquina del almacén y pulpería Benssonart, en Zapiola y Segundo Sombra, en San Antonio de Areco donde, precisamente, el personaje real que inspiró a Ricardo Güiraldes hacía su parada tras trotar desde el puesto La Lechuza, cerca de las ahora estancias turísticas La Bamba y El Ombú.
Fue La Lechuza el último albergue de don Segundo, un puesto que también está en pie, fue pulpería y puede visitarse desde el camino. Se trata de la carretera de tierra (provincial 31) que lleva desde Areco hasta el paraje El Tatú, luego llega a la ruta pavimentada 193 y desemboca en Zárate.
Que los tiempos violentos retornaron - se aconseja visitar las pulperías en los fines de semana y feriados- se demostró hace algunos años cuando, según mentas, en la pulpería Los Ombúes, cerca de Andonaegui, partido de Exaltación de la Cruz, fue muerto el pulpero Cachaea por una partida policial. Relatos escuchados en esos pagos aseguran que los violentos buscaban la recaudación escondida en latas, y no lograron encontrarla.
Juego, duelos, reclutamientos para pelear en la frontera y milongas dibujadas sobre el piso de tierra apisonada constituyeron algunas de las pasiones protagonizadas en las pulperías.
Unas pocas fueron valiosas postas en la remuda de animales para el transporte de los correos, los viajeros audaces y para sosiego de las tropas enroladas en la guerra por la Independencia. Fueron y son como espejos donde detectar cierto perfil de los argentinos.

Los Ombues es tal vez la pulpería más antigua de la campaña de Buenos Aires. Se dice que tiene más de 200 años. Abre todos los días, atendida por la familia Insaurgarat. Muy lindo lugar para visitar, se expenden bebidas a través de una verja que protege el ventanal. Los ombúes que dieron nombre al local. Se destaca por su fama trágica y las peleas a facón. El arco de hierro, una des-cuidada cancha de bochas y una pared blanca marcan la entrada a un mundo de historias, leyendas, trofeos y fotos que atesoran parte del pasado. Partidas de truco y tute se juegan sobre las mesas.
"No han quedado más que recuerdos", apunta sin amargura Carlos Lauga, un paisano de la zona que apura una grapa en el mostrador que separa la parte de atrás con una reja que se conser­va como reliquia. Los ombúes se pierden en la llanura pampeana y el último rayo de sol despide la tarde. Más allá el camino y la vuelta a la ciudad.


En Escalada las vías del tren custodian el sueño de los primeros pobladores. Sus calles de tierra que se pierden en el paisaje y algún perro solitario ladrándole al viento invitan a recorrer, en un par de horas, almacenes, casas, escuelas y senderos de un paraje dormido en el tiempo. La historia, relatada por algunos de los 400 habitantes de esta localidad que no supera las diez cuadras de ancho y dos de largo, atestigua que Escalada tiene unos 160 años, diez más que Zárate. En 1888 Llegó a Escalada la primera línea del ferrocarril Gral. Urquiza que venía de Entre Ríos, y esa parada estratégica le dio nombre al pueblo: hacer una escala o "escalada" en el trayecto era necesario para cambiar caballos de tiro que soportasen el último tramo del recorrido. Así nació el Antiguo Almacén de Rolo que hoy junta 140 años detrás de la abandonada estación. Algunas mesas dispuestas en el salón, un mostrador de madera, una salamandra que todavía calienta y una vieja mesa de pool son cómplices perfectos para tomar una grapa, saborear una caña con ruda o bien conversar con los parroquianos de la zona en la despensa de chapa y madera. La Panadería de Tuculet, a cargo de Enio y su esposa, sigue elaborando el pan en horno a leña y se caracteriza por hacer de las tortitas negras las mejores compañeras de los mates. Decoran el lugar las palas de madera colgadas del techo para sacar los panes del horno y la pila de troncos amontonada en el piso. La panadería comparte la construcción de 150 años con el Almacén de Portela, el único comercio donde se vende carne. Las calles mejoradas con tosca y el silencio dominical conducen a las casonas de los Ortiz y de los Defago, primeras familias de Escalada. Parques de araucarias, pinos, cipreses y ombúes dibujan el paisaje. Dos filas de palmeras dan la bienvenida a La María Emilia , la casa de los Defago que en otros tiempos fue el matadero propiedad de la familia para la venta de carne.
A tres kilómetros de Escalada está el paraje rural El Tatu, con el Oratorio Nuestra Señora de Vladimir construido en 1987 en estilo neocolonial. La imagen original fue pintada por un artista griego y según las crónicas fue llevada desde Constantinopla a la rusa ciudad de Kiev en 1131. En 1155 fue transportada a la ciudad de Vladimir, que le ha dado su nombre. Pintado de blanco con frisos amarillos, sencillo y con un entrepiso destinado al coro, el oratorio celebra misa el último domingo de cada mes.
A pocos kilómetros del pueblo se encuentrael Puente Castex, este puente que cruza el río Areco en el campo. Este lugar ha servido como marco pintoresco para producciones cinematográficas y telenovelas. La caída del sol aquí resulta inolvidable.

1 comentario:

Luz dijo...

Parece todo muy lindo...¿cuántos kilómetros son? ¿Hay algún mapa?
Gracias
Luz Weksler